Halong Bay

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viernes, 21 de octubre de 2011

Emigrando a la Borgoña

Domingo, 9 de octubre, 11:15 de la mañana, Madrid: gran via-cuatro caminos-nuevos ministerios-aeropuerto de barajas T1, después de una hora de metro e ir arrastrándome por el subsuelo con cerca de 40 kg de equipaje, me topo con la cara amarga de las compañías de bajo coste, mi querida Easy Jet me obliga a pagar 12 euros por llevar un 1kg de más, todo ello después de abrir en canal mi maletón delante de todo el aeropuerto para quitar 2 kg y haber sudado lo que no está escrito.

Previamente un amable chico (mal rayo le parta) de la compañía, me invita a entrar en el cajetín del equipaje de mano, mi maleta que como de costumbre no coge lo mires por donde lo mires y tengo que hacer malabares para poder vaciar las dos maletas un poco, como ponerme  tres cinturones y dos chaquetas de invierno. La chica del mostrador me perdona medio kg, al final le voy a tener que dar las gracias y todo.  Al pasar el control tengo que quedarme semidesnudo, descalzo, sacar casi todo de mi equipaje de mano y tirar el bote de medio litro del líquido de las lentillas. La verdad es que adoro viajar.


Una vez pasado el control apenas tengo tiempo de ponerme el traje de cebolla cuando me estoy haciendo caquita en los calzoncillos  al ver que una señorita de la compañía naranja  está comprobando que todas las maletas de mano cogen en el cajetín de los cojones. Yo preparándome para lo peor y tener que facturar la maleta me encomiendo a la virgensita de la Candelaria. 

Cuando llega mi hora me tengo me subir  encima de la maleta para que pueda entrar y después de más de un minuto apretando, consigo meterla,  efusivo aplauso fue el que me gane de toda la cola que esperaba para embarcar en el mismo avión que servidor, pendientes de mi hazaña cual mono de feria;  aunque lo peor estaba por venir, el macuto estaba tan apretado que no podía sacarlo, gracias a la ayuda de dos personas pude recuperar mi maleta de entre los barrotes de hierro.  Todo este lio para que finalmente  me dijeran que por problemas de espacio, mi maleta debía ir en la bodega. 



Bienvenu a la France: noto el gran cambio de temperatura y la humedad al bajarme del avión.
Me gano un “zas en toda la boca!” al darme cuenta que aquí, al igual que en España, nadie tiene ni puta idea de inglés, prácticamente ni en el aeropuerto ni en la part dieu de Lyon, a la que consigo llegar con mis  100 palabras en francés.  Patidifuso me quedo al ver a militares con escopetas más grandes que ellos vigilando la estación de arriba abajo, me dio la sensación de estar totalmente en la España de los 60.

Después de esperar unas 2 horas en la estación el tren que llega con retraso y coger fuerzas comiéndome el bocadillo mas bueno del mundo (césar) ¿será porque no comía nada en 18 horas?, parto hacia Gilly sur Loire.  No sé cuántas horas estoy en el tren, llego cerca de las 10 de la noche. A la hora de bajar me doy cuenta de que no existe andén como tal, gravilla y barro es lo que manda porque el presupuesto no llegaba.

Llueve. Al fondo, en la estación, hay luz  y vislumbro dos chicas que espero sean las que me tienen que recoger, reconozco a Verónica, esa chica con la que me escribía los correos y hable varias veces por teléfono, la cual es la culpable de que me encuentre en esta situación. La otra chica también es española y responde al nombre de Leticia con c.  Al montarme en el coche de Verónica comenzamos a entablar conversación y me “animan” sobre mi situación en el súper pueblo y en el trabajo.  No me tiré en marcha porque ya que me había chupado tantas horas de viaje, me dije: vamos a ver si mañana proponen un suicidio colectivo!  

Me llevaron hasta mi estudio (una habitación), situado en el mismo recinto del hospital donde trabajo. Las escaleras del edificio no podían tener más mierdas de paloma por metro cuadrado. Buena impresión de mi habitación, la verdad es que me la esperaba peor. Tengo comida. Kilos de  mermelada, mantequilla, panecillos, café y un montón de dulces y galletas. La alcoba  está compuesta por una cama, mesilla, mesa, silla, armario, cafetera, microondas, nevera y lavabo. Todo lo imprescindible para sobrevivir unas semanas. El meadero y lavadero, siempre separados en Francia, son comunitarios. 

Partimos hacia la pizzería donde recogemos la cena y nos dirigimos hacia casa de Leticia con c. Me presentan al resto de españolas: Ana la compañera de Leticia (son las 2 fisios), Elisabeth (enfermera) es compañera de piso de Verónica (la terapeuta) y Cristina, la enfermera a la que voy a sustituir.
Después de las primeras impresiones, es hora de volver al estudio para descansar, el día  ha sido muy duro y el de mañana  lo será más. A las 6:45 horas hay que incorporarse a trabajar y comenzar la nueva vida en… no he dicho donde estoy…

¡BIENVENIDO A BOURBON LANCY!

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